Economía Política de la Desigualdad Social

Arismendi Díaz Santana

Enero, 2018

Capítulo I

INTRODUCCIÓN GENERAL

Es la responsabilidad de los intelectuales decir la verdad, y exponer las mentiras.

Noam Abraham Chomsky

Lingüista y filósofo estadounidense

De acuerdo a un informe de la CEPAL, “en las últimas tres décadas, en los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), el ingreso medio del decil más rico pasó de septuplicar al del decil más pobre a ser diez veces superior a este… La participación salarial en el PIB, en las economías más avanzadas cayó del 63% en el período 1960-1980 al 56% en 2012. El aumento de la desigualdad es aún más notorio en términos de la riqueza. Según Credit Suisse, el 1% más rico de la población de Europa Occidental posee el 31% de la riqueza, mientras que el 40% más pobre posee solo el 1%”[1]. De acuerdo a la revista Forbes en el 2017 las fortunas de los multimillonarios aumentaron en 1.2 billones de dólares, al llegar a 7.7 billones, un crecimiento del 9.3% en sólo un año[2].

Según un informe de la Unesco, 781 millones de adultos, el 16% de la población mundial, no saben leer ni escribir, y dos tercios de ellos son mujeres. El 95% los niños empieza la primaria, pero el 14% más pobre no la termina, lo que limita sus derechos básicos[3]. Pero, el analfabetismo digital posiblemente esté cerca de la mitad de la población adulta, en un mundo donde cada vez se requieren mayores conocimientos y habilidades para utilizar y aprovechar las cambiantes tecnologías que predominan en la actividad económica, y para interactuar socialmente, lo que acentúa la brecha digital y la desigualdad social.

A pesar de haber transcurrido tres cuartos de siglo desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el derecho a la igualdad de oportunidades, lejos de acentuarse, permanece prácticamente estancado, ya que actualmente en el mundo sólo una de cada cinco personas disfruta de algún tipo de protección social. Durante esas décadas, la desigualdad social se ha acentuado al extremo de que, según estudios bien documentados[4], al 2017 las ocho personas más ricas del mundo concentraban  tanto ingreso como la mitad más pobre de los habitantes de la tierra.  No obstante los avances tecnológicos, y la revolución de la productividad de los recursos humanos, todavía la inmensa mayoría de los países está muy lejos de garantizar a sus habitantes, de manera regular y efectiva, el derecho universal al trabajo, a la educación y al cuidado integral de la salud.

Luego de cuatro décadas de la Declaración de Alma-Ata, en 1978, en la que las naciones se trazaron la meta de asegurar “salud para todos en el año 2000”, más del 70% de la población mundial nace, vive y muere sin recibir servicios adecuados de atención primaria de salud, y mucho menos, sin acceso asegurado a servicios del segundo y tercer nivel de atención. Y todavía millones de personas mueren en forma prematura por la falta de vacunas y de asistencia médica primaria para prevenir y erradicar las enfermedades más comunes, todas curables mediante tratamientos sencillos, de bajo costo y alto impacto en la salud y el bienestar.

  1. ¿Por qué tanta pobreza en medio de tanta riqueza?

Desde finales de la Segunda Guerra Mundial y después de la Declaración de los Derechos Humanos, todos los países han modernizado y desarrollado sus economías, y reorientado la mayor parte de sus investigaciones y recursos hacia fines pacíficos y productivos, logrando niveles sin precedentes en el desarrollo de la productividad de los recursos humanos, y en la producción de bienes y servicios. Los extraordinarios avances que la ciencia y la tecnología han registrado, especialmente durante los últimos tres siglos, han sido un factor clave en la multiplicación del crecimiento económico, la integración de los mercados y la globalización de las economías.

La revolución científica y tecnológica se ha convertido en el más formidable acelerador de las transformaciones económicas, sociales y políticas que se haya visto jamás. La producción de bienes y servicios depende, cada día más, de la inteligencia humana, de la difusión del conocimiento, y de la acumulación y concentración del capital. De una fuente energética basada en la fuerza animal y en la destreza muscular, hemos evolucionado al predominio de las energías mecánicas, eléctricas, electrónicas,  informáticas y robóticas. El desarrollo de la productividad, en todas sus expresiones, se ha convertido en el recurso por excelencia de la multiplicación de la riqueza social, pero también, de la acumulación y concentración del capital, y de la centralización del poder político, social y militar. Sin embargo, este poderoso recurso productivo es utilizado en contra de su propio creador, marginándolo de sus beneficios, para enriquecer a una élite mundial  y ampliar la brecha de la desigualdad social.

Lamentablemente, estas enormes desigualdades sociales, fruto indeseado e impuesto del progreso científico y tecnológico, y del desarrollo de la productividad, han alcanzado dimensiones cada vez más dramáticas y preocupantes, al avanzar del predominio de la producción manufacturera a la industria automatizada; y de la economía competitiva a la economía monopolística. Las evidencias históricas demuestran que el daño del sistema económico dominante ya no se limita, como hace unos siglos, a la explotación de la fuerza de trabajo bajo las modalidades descritas por Carlos Marx, en El Capital, sino además, se extiende rápidamente a la mayoría de los propios capitalistas, al utilizar el desarrollo tecnológico para subordinar la competitividad y entronizar el monopolio, imponiendo el neoliberalismo en el escenario de una globalización creciente.

El más dramático de estos resultados es la extraordinaria concentración del crecimiento y del patrimonio mundial en un puñado de personas que, según OXFAM Internacional, caben perfectamente en un carrito de golf. Como promedio, cada una de estas 8 personas disfruta de una riqueza personal superior a la sumatoria de varios países en desarrollo.  “Al principio de la década de 2010, la participación del 10% de los patrimonios más elevados se sitúa en torno al 60% de la riqueza nacional en la mayoría de los países europeos, y especialmente en Francia, Alemania, el Reino Unido e Italia. En los Estados Unidos, la investigación más reciente organizada por la Reserva Federal, para esos mismos años, indicaba que el decil superior poseía el 72% del patrimonio estadounidense, y la mitad inferior, apenas el 2%”[5].

Nunca antes en la humanidad había sido tan manifiesta la polarización económica y social. La misma organización social y el sistema económico que han sido capaces de  multiplicar la riqueza social, han producido, como un subproducto residual y necesario, tales niveles de pobreza, de indigencia, iniquidad, exclusión y marginalidad social.  Joseph Stiglitz señala, citando a la revista The Economist, que “en Estados Unidos, la proporción de la renta nacional que va a parar al 0,01 por ciento más alto (aproximadamente 16,000 familias) ha aumentado desde poco más de un 1 por ciento en 1980 a casi un 5 por ciento hoy en día: una proporción de la torta todavía mayor que la que se llevaba el 0,01 por ciento en la Edad Dorada”[6]. A su vez, Stiglitz resalta el grado de concentración de la riqueza en los Estados Unidos, señalando que “el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita”. El subrayado es nuestro.

Los organismos internacionales, los investigadores y los académicos han aportado suficiente información sobre el extraordinario crecimiento, tanto del producto interno bruto (PIB), como del ingreso per cápita mundial, fruto del incremento sostenido de la productividad de los recursos humanos. Sin embargo, mientras la riqueza social se multiplica, creando las condiciones materiales para elevar el nivel de vida y el bienestar general, la gran mayoría de la población mundial permanece prácticamente marginada de los beneficios del progreso. De esa gran mayoría, una parte sólo recibe una participación insuficiente, a pesar de su capacidad productiva, dedicación y desempeño; mientras la otra, no alcanza siquiera a producir sus medios de subsistencia, víctima del desempleo, de la marginalidad, de la privación de los medios de producción más indispensables, y de una creciente desigualdad social.

Lamentablemente, el saldo del desarrollo tecnológico y de la productividad de los recursos humanos arroja una creciente polarización entre el avance económico y el atraso social, entre la abundante riqueza concentrada y la extensión de la pobreza absoluta y relativa. En adición, cada vez resulta más evidente que estas desigualdades  están íntimamente vinculadas a las relaciones contractuales entre el capital y la fuerza de trabajo. Dadas las dimensiones del problema, y su tendencia a su agudización, urge avanzar más de prisa en una explicación lógica, objetiva e incuestionable sobre la naturaleza y el rol de estas asimetrías sociales, como un paso previo y necesario para comenzar a revertir este proceso.

Estas realidades tan impactantes han obligado a muchos académicos y pensadores a preguntarse, ¿cuál es el rol de la desigualdad social en el funcionamiento del sistema económico dominante, y cómo se produce y reproduce? ¿Cuál es su vinculación con los avances tecnológicos y con el predominio del monopolio? ¿Cuáles son sus principales manifestaciones estructurales en las relaciones económicas y en las políticas sociales? ¿Por qué tanta desigualdad social, a pesar de los avances extraordinarios en la productividad? ¿Cuáles son las capacidades tan excepcionales de estos 8 súper magnates, que cada uno ha logrado concentrar una riqueza equivalente a 450 millones de personas? ¿Cómo explicar tantas transformaciones y avances tecnológicos, mientras una buena parte de los recursos humanos que produce la riqueza social apenas vive en condiciones de sobrevivencia relativa? ¿Por qué el derecho a la educación y a la salud se ha quedado tan rezagado en un mundo que evoluciona a la velocidad de la luz? Esas son, entre otras, las grandes interrogantes y los retos que nos han inducido a escribir este libro, tratando de ir tan lejos como podamos para contribuir a encontrar las respuestas apropiadas.

  • Objetivo general y enfoque de la obra

El objetivo fundamental de esta obra es demostrar que la reproducción de la desigualdad social constituye la condición sine qua non de la existencia y del funcionamiento del Sistema Capitalista de Producción (SCP). Para analizar a fondo este tema tenemos, necesariamente, que adentrarnos en las características y en la lógica interna del  sistema económico a fin de identificar sus fortalezas, aportes, contradicciones y limitaciones.

Un enfoque integral de la desigualdad social. La naturaleza y el objetivo fundamental de cualquier sistema económico se definen por la forma histórica y el contenido de las relaciones sociales de producción y distribución del ingreso y de la riqueza social. Durante los últimos siglos, toda la historia de la humanidad se resume en una lucha constante y creciente entre los tres agentes que participan en la actividad económica por alcanzar la mayor participación posible en la distribución del ingreso nacional: i) el capital, por maximizar las ganancias, intereses y rentas; ii) la fuerza de trabajo, por aumentar el salario y las demás prestaciones laborales; y iii) el Estado, por elevar los impuestos para sustentar sus funciones y actividades. Pero, por cuanto el ingreso nacional siempre representa una cantidad determinada de valor, cualquier aumento en el mismo de una de las partes implica, necesariamente, una reducción similar de las demás, lo que explica las constantes demandas, resistencias y enfrentamientos. De lo anterior se deriva que la maximización del ingreso y de la riqueza social en un sistema económico dominado por el capital monopolista, presupone minimizar el salario, y limitar la función del Estado y el alcance de las políticas sociales.   

En esta obra, el análisis de la desigualdad social parte de un enfoque integral, ya que la misma está presente y se concretiza y reproduce, a lo largo de las tres etapas que determinan el volumen de la producción y la distribución del ingreso. Con la existencia y la reproducción de relaciones sociales desiguales y unilaterales, las grandes corporaciones aseguran la mayor proporción, mediante el control de las tecnologías y de las fuentes de financiamiento. Al final del día, los trabajadores y la población en general resultan ser los grandes perdedores, en cada uno de los escenarios: i) pierden al ser víctimas de una contratación desigual que determina salarios muy inferiores a su aporte al valor agregado (VA); ii) pierden parte del poder adquisitivo de su salario nominal, en la compra de los bienes y servicios a precios controlados por el gran capital; y iii)  finalmente, pierden capacidad de compra al pagar los impuestos al consumo derivados de políticas fiscales regresivas. En consecuencia, la rápida polarización entre riqueza y pobreza es el resultado de la sumatoria de las ganancias extraordinarias obtenidas y concentradas en cada una de estas tres etapas del proceso, como indica el Gráfico 1.1.

Pero la desigualdad social no sólo es económica, sino también, política y social. Basta con señalar que la supervivencia de la inmensa mayoría de la sociedad no depende de sí misma, ni del esfuerzo individual y colectivo, sino del interés privado, a total conveniencia de la minoría, ventaja que le permite acumular suficiente poder económico y social para establecer las reglas de juego y diseñar la sociedad en función de su interés privado. Mientras una buena parte de la sociedad está impedida de garantizar, por sí misma, su propia supervivencia, una minoría, no sólo es dueña absoluta de su propio destino, sino además, controla y determina el destino del resto de la sociedad. Así las cosas, mientras el objetivo primordial es concentrar el bienestar y la riqueza para una élite, la supervivencia de la mayoría ocupa la última prioridad del sistema concentrador y excluyente. Mientras al Estado se le obliga a preservar la propiedad privada, un derecho de sólo una minoría, al mismo tiempo se le priva de la responsabilidad de garantizar la supervivencia de la inmensa mayoría de la población. En fin, mientras se prioriza el interés privado, se subestima y subordina el interés social.   

Principales hipótesis. Para abordar estos temas recurrimos a la economía política, por ser la ciencia social que se dedica a conocer la naturaleza intrínseca de los sistemas económicos y a exponer las leyes que determinan su existencia y funcionamiento. En este ejercicio, al igual que en el campo de la salud, el investigador tiene que llegar al fondo del problema, obligado a poner el dedo sobre la llaga, aunque le duela al paciente, únicamente en interés de  determinar su causa objetiva, como condición esencial para diagnosticar el problema y recomendar el tratamiento apropiado. La exposición de la naturaleza y el rol de la desigualdad social en el funcionamiento del sistema capitalista de producción (SCP), gira en torno a ocho grandes hipótesis:

  1. La concentración y la acumulación del ingreso y de la riqueza social constituyen el objetivo fundamental del sistema capitalista de producción, el cual  subordina todas las demás actividades económicas, políticas y sociales
  • La reproducción de la desigualdad social es la condición sine qua non de la vigencia del sistema económico concentrador y excluyente, la cual se expresa bajo diversas modalidades económicas, políticas y sociales
  • La concentración y acumulación de la riqueza social se acelera con el incremento de la productividad de los recursos humanos, mediante el desarrollo y el control de las tecnologías más avanzadas
  • La concentración del ingreso y de la riqueza social presupone relaciones contractuales desiguales, que aseguran un incremento de la productividad de los recursos humanos superior al aumento del nivel de los salarios
  • El control del capital financiero y de la tecnología más avanzada acrecienta con el predominio del capital monopolista sobre el capital competitivo, acelerando la concentración del ingreso y de la riqueza social
  • La rápida concentración del ingreso y de la riqueza social requiere de un gasto público reducido, de políticas sociales excluyentes y del predominio de impuestos regresivos
  • La automatización y el desarrollo de la industria inteligente tienden a acentuar el desempleo tecnológico, la marginalidad, la informalidad y la desigualdad social
  • La globalización de las economías reduce la contradicción entre la tendencia a la rápida expansión de la oferta y a la concentración de la demanda generada por el monopolio tecnológico.

En el análisis de los temas nos hemos apoyado en las herramientas propias de la economía política. En tal sentido, aplicamos el método de la abstracción para identificar y analizar la esencia, las conexiones internas y la dinámica de las relaciones sociales que caracterizan al sistema capitalista de producción, en su expresión más pura y abstracta. A fin de concentrarnos en los objetivos y vínculos reales que constituyen su fundamento, prescindimos de todos los aspectos específicos y de las expresiones particulares y coyunturales que, por ser reales, siempre están presentes y suelen “contaminar y ocultar” su verdadero contenido. En síntesis, nos concentramos en conocer el ADN del sistema económico dominante, en particular en su etapa monopolística, y sólo en lo concerniente a la reproducción de la desigualdad social.

No obstante, la presente obra no pretende ser un tratado de economía. Está escrita básicamente para el gran público, para los no especialistas, utilizando un lenguaje sencillo y directo, evitando fórmulas y tecnicismos innecesarios, sin mayores pretensiones académicas.  Durante el análisis y la exposición sólo se consideran las variables, categorías y factores que, a nuestro juicio, realmente determinan la economía política de la desigualdad social. 

Enfoque político. A pesar de que la desigualdad social es una condición inherente al sistema como tal, ponemos un énfasis especial en su fase monopolista, por ser en esta etapa superior cuando las desigualdades y contradicciones han alcanzado un nivel jamás conocido por la humanidad. Esta diferencia surge, no sólo de la lógica del análisis, sino además, de la observación de la realidad a nivel mundial.

En la medida en que la desigualdad social se ensancha y se expresa con toda su intensidad y crudeza, se multiplican las estadísticas, los cuestionamientos y los estudios sobre el tema. La mayoría de los informes que conocemos se concentran en diagnosticar el problema, presentando sus principales manifestaciones estadísticas, así como su evolución en relación al coeficiente de Gini y a otros indicadores. Algunos se limitan a denunciar y a formular consideraciones ideológicas con fines políticos inmediatos. Otros presentan un diagnóstico basado en la lógica formal, y terminan recomendando políticas y programas tendentes a “mejorar la distribución del ingreso”. Pero sólo una parte ha logrado llevar esas inquietudes a un nivel superior, tratando de desentrañar los factores y las causas estructurales, derivadas de la propia esencia del funcionamiento del sistema económico dominante. Nos inscribimos en este último grupo, ya que se trata de un problema mucho más profundo, e inherente al sistema económico, que requiere de un mayor esfuerzo para llegar a su raíz, a fin de  comprender su naturaleza, para  proponer soluciones de fondo, capaces de reducir las desigualdades existentes y de ampliar las oportunidades de progreso y bienestar para toda la población, sin excepción.   

En las condiciones actuales y frente al progresivo desarrollo tecnológico del presente siglo, lo verdaderamente inquietante y cuestionable es cómo el afán concentrador, irrefrenable, y sin escrúpulos ni reglas equilibradas y aceptables, termina exacerbando las contradicciones sociales, mediante esquemas monopolísticos notoriamente excluyentes, diseñados para permitir que solo 8 personas lleguen a acumular tanta riqueza y poder, como la mitad más pobre de la población mundial, y que la mayoría de las naciones del mundo. Si bien es cierto que la competencia también presupone la desigualdad social, no es menos cierto que es durante la concentración monopolística cuando la misma alcanza niveles verdaderamente alarmantes, con tendencia a su agudización progresiva.    

Una clara expresión de la diferencia entre competencia y monopolio, es la existencia de naciones capitalistas con modelos de desarrollo incluyentes, que han reducido notablemente las prácticas monopolísticas, garantizando niveles más aceptables de distribución del ingreso, de igualdad de oportunidades, así como de protección y promoción social. Naciones como las escandinavas, han logrado mantener un elevado nivel de crecimiento económico, y al mismo tiempo, reducir las desigualdades sociales en comparación con los demás países. Estas naciones, aplicando modelos inclusivos de desarrollo y políticas sociales de corte universal, han mejorado el coeficiente de Gini, ocupando los principales lugares en el índice de desarrollo humano (IDH) de las Naciones Unidas. Estos ejemplos indican que, aunque ningún sistema económico es eterno ni perfecto, existen modelos capitalistas capaces de reducir las desigualdades sociales y de compartir los beneficios del progreso general.

Aunque las desigualdades sociales datan de muy lejos, con las revoluciones tecnológicas han llegado a ser tan profundas que lo más probable es que su desmonte sea el resultado de un proceso gradual y escalonado, salvo que sean precipitados por acontecimientos mundiales sin precedentes. No sería profesionalmente honesto tratar de exagerar las desigualdades y sus resultados, ni las críticas, para forzar una conclusión errónea, y simpática, sobre la inminencia de una sociedad que erradique la propiedad privada y garantice totalmente la igualdad de oportunidades.

Estamos plenamente conscientes de que las contradicciones señaladas todavía tienen opciones y disponen de espacios que permiten su manejo, a través del mercado mundial y de la globalización. Sin embargo, el análisis realizado nos permite afirmar que el desarrollo de la cuarta revolución tecnológica y el impacto de la industria inteligente terminarán acentuando el desempleo tecnológico y la polarización entre riqueza y pobreza; entre bienestar y sobrevivencia, induciendo a cambios sociales y económicos, cuya trascendencia dependerá de determinados acontecimientos globales y de la correlación de fuerzas entre los protagonistas y antagonistas del proceso, a nivel internacional.

Reconocemos la existencia de aptitudes, talentos y actitudes diferentes y el derecho a recibir una compensación adecuada por sus esfuerzos y aportes. Pero reprobamos que el afán de lucro y de concentración de la riqueza traspase el límite de lo justo, sometiendo a los demás a relaciones desiguales para apropiarse del fruto del esfuerzo ajeno. Jamás apoyaríamos que el enriquecimiento de unos pocos sea a costa del empobrecimiento de los demás. Tampoco podemos dejar de criticar a un sistema económico que minimiza a los recursos humanos, al tiempo que los desvaloriza como mercancía. El enriquecimiento en base al trabajo y a la creatividad es legítimo, siempre que no bloquee el derecho de los demás a la igualdad de condiciones y oportunidades.             

Estamos plenamente conscientes de que no se trata de una tarea neutral, ni fácil, y que está llena de retos, obstáculos y riegos. Y no podría serlo de otra forma, porque el tratamiento objetivo y profundo de estos temas toca la médula de la existencia y del desempeño de un sistema económico que concentra prácticamente toda la riqueza y el poder económico y político de la humanidad. La conjunción de tanta  riqueza y poder, y de tantos y tan diversos intereses económicos y políticos, necesariamente presupone una diversidad de posiciones políticas e ideológicas. Unas, justificando el sistema económico, presentando sus relaciones, no como expresiones históricas, sino como vínculos naturales e inmutables; mientras otras, condenándolo a priori, minimizando sus aportes y sin reconocer las diferencias en los niveles de desigualdad social. Aquí pretendemos apoyarnos en la dialéctica para tratar de integrar lo mejor de ambos extremos, concebidos como partes integrales de una misma realidad.  

Alcance de los principales conceptos. Conviene precisar el alcance que le damos a varios conceptos claves utilizados de manera reiterada durante esta obra. Desigualdad social, significa la existencia de  desventajas y asimetrías en las relaciones sociales, contractuales y mercantiles entre el capital y la fuerza de trabajo. También la empleamos para resaltar la existencia de reglas de juego que marcadamente favorecen a una élite en desmedro de los demás grupos sociales, por ejemplo, entre el capital monopolista y los capitales competitivos, y en las relaciones mercantiles entre el gran comercio y los consumidores. En pocas palabras, por desigualdad social consideramos cualquier modalidad de privilegio, de práctica, de distorsión, o de relación basada en el desequilibrio y/o en la discriminación y el trato diferenciado, de carácter sistémico, para alterar las oportunidades entre los agentes económicos, con la intención de acumular y concentrar el ingreso y la riqueza social. El concepto también es aplicado a la relación desigual entre las naciones en el contexto del mercado regional y mundial.  La exclusión social constituye la máxima expresión de la desigualdad social, ya que se  vincula a la no participación en el sistema. Dentro de la población sometida a relaciones desiguales, una parte, constituida por los trabajadores asalariados participa y forma parte del sistema económico, en tanto que el resto queda marginado del mismo, agravando su situación de desigualdad social.

Dada la dinámica introducida por el avance constante de la ciencia y la tecnología, utilizamos el concepto de subsistencia relativa para señalar la inexistencia de acumulación de medios de producción, y las limitadas oportunidades de ascenso social de los grupos sociales desprotegidos. Se trata de un concepto diferente al de pobreza, el cual se asocia a la carencia de un mínimo de bienes y servicios esenciales. Ello quiere decir que con el desarrollo de la productividad de los recursos humanos, una familia puede superar los límites de la pobreza, y sin embargo, continuar siendo víctima de la desigualdad social, siempre que su productividad supere su nivel de ingreso.

El concepto de monopolio lo aplicamos de manera indistinta, en interés de recalcar el control del mercado por una minoría, ya sea en la producción como en la distribución, y tanto en la oferta como en la demanda. Aunque en el sentido estricto, el monopolio es el control de sólo una empresa, desde el punto de vista de la desigualdad, los resultados resultan prácticamente indistintos, sin importar que dicho control lo ejerza una sola empresa, o dos o cinco, siempre que en conjunto impongan unilateralmente las reglas de juego en la relación mercantil y compartan los beneficios extraordinarios. Otra razón, es que el concepto de monopolio es el más simple y conocido por la población, lo que nos permite evitar tecnicismos innecesarios durante la exposición, que al final del día conducen a idénticos resultados.

Consideramos acumulación del ingreso y/o de la riqueza social, como el acto de apropiación  del excedente económico con el objetivo fundamental de aumentar, de manera progresiva, la escala de producción y/o de comercialización de bienes y servicios. Es un concepto contrario a la reproducción simple, en la cual todo el excedente se consume  durante el mismo período en que se produce, manteniendo invariable la  escala de producción. En cambio, hablamos de concentración del ingreso y la riqueza social  cuando, además de la apropiación del excedente que arroja la fuerza de trabajo, el capital monopolista logra absorber una parte del valor agregado excedente (VAE) de los demás capitales. Es lo que llamamos “concentración de la acumulación”, por considerarlo un movimiento  centrífugo a expensas del proceso primario de la acumulación. La acumulación es propia del capital competitivo, en tanto que la concentración es un privilegio del capital monopolista derivado del control de la tecnología, de las fuentes de financiamiento y del mercado, a escala mundial.

Finalmente, cuando hablamos del sistema económico nos referimos al conjunto de leyes y relaciones esenciales que caracterizan y determinan el funcionamiento general, articulado y coherente, del proceso de producción y distribución de los bienes y servicios entre los agentes económicos participantes. Constituye una expresión abstracta, teórica y general, a diferencia del concepto de modelo económico, el cual expresa las mismas leyes y relaciones, pero aplicadas a un país en un momento determinado. En pocas palabras, mientras el sistema resalta la esencia general del proceso económico general, el modelo expresa la forma específica en que el sistema adquiere existencia propia.

  • Contenido general de los capítulos

Esta obra consta de doce capítulos dedicados a exponer la lógica interna y las leyes del funcionamiento general del sistema capitalista de producción (SCP),  así como la ley de la reproducción de la desigualdad social, y su rol en la acumulación y concentración del ingreso y de la riqueza social. Se trata de una exposición gradual de las relaciones sociales esenciales, íntimas e inherentes del sistema económico.

El Capítulo Primero es esta introducción general. El Capítulo Segundo, parte de la acumulación y concentración como el objetivo fundamental del sistema, por considerarlo la clave para conocer y comprender su funcionamiento real y el rol que le asigna a los recursos humanos y a la desigualdad social. Explica en qué consiste y cómo se produce el valor agregado y la acumulación de la riqueza social, y cuáles son sus premisas y resultados. Y define los principales conceptos que serán utilizados durante la exposición. 

El Capítulo Tercero es la continuación del anterior y se concentra en demostrar que los avances de las tecnologías constituyen la máxima expresión de la capacidad humana, y cómo el desarrollo tecnológico determina el predominio del monopolio sobre la competencia,  controlando las relaciones sociales y el mercado. Se caracterizan las cuatro revoluciones tecnológicas y su contribución al rápido incremento de la productividad de los recursos humanos, y a la extensión e integración de los mercados al servicio de la élite empresarial.

En el Capítulo Cuarto se explica cómo el funcionamiento del sistema económico descansa en una desigualdad mercantil a partir de pirámides tecnológica y financiera que fomenta  la concurrencia en el mercado de capitales con diversos niveles de productividad y de ganancias. Se explica la concentración como el resultado de la acumulación de la acumulación y se presentan ejemplos del impacto en la concentración de acuerdo a los cambios en la productividad, el empleo y la población.

En el Capítulo Quinto se analiza el rol del Estado en el funcionamiento y la sostenibilidad de un sistema económico concentrador y excluyente, y cómo el modelo de acumulación predominante determina sus funciones, características y la organización de los poderes públicos. Además, por qué la reproducción de la desigualdad social y económica requiere, necesariamente, de la legitimación y protección, a cargo de una entidad pública con capacidad impositiva y coercitiva. También, se analiza el alcance de las políticas económicas orientadas a ampliar la concentración y las desigualdades sociales.

El Capítulo Sexto se concentra en demostrar que la desigualdad social y económica constituyen la premisa y la condición sine qua non del funcionamiento del sistema concentrador y excluyente. Además, cómo se fomentan las asimetrías contractuales  para minimizar el salario y maximizar su participación en el valor agregado. Se explican las diferentes modalidades y se presentan las principales evidencias y resultados de la desigualdad social a escala mundial.

En el Capítulo Séptimo, se presentan evidencias históricas de que, a pesar del  gran desarrollo de la productividad y de la tecnología, las fuerzas dominantes se resisten a compartir los frutos del progreso general. Se fundamenta la tesis de que todos los avances sociales han sido el resultado de la organización y las demandas de las fuerzas sociales emergentes y se documentan las luchas por reducir la jornada de trabajo y  abolir la esclavitud, así como la conquista de los seguros sociales y de los derechos civiles. 

El Capítulo Octavo se explica cómo el gran capital utiliza su control tecnológico y su influencia sobre el Estado para distorsionar las relaciones mercantiles en su afán de lucro ilimitado, reduciendo la capacidad adquisitiva de los trabajadores y limitando el ritmo de acumulación del capital competitivo. Además, se describen las principales prácticas espurias que aceleran la concentración del ingreso y de la riqueza social, mediante la especulación, la evasión y de inversión en los paraísos fiscales, entre otras.

El Capítulo Noveno versa sobre la tendencia a promover reformas laborales para revertir importantes conquistas sociales. Se analiza el argumento de que la flexibilidad laboral tiene por finalidad incrementar la demanda de fuerza de trabajo, y se presentan evidencias sobre los resultados de tales políticas. Finalmente, se discute el alcance de los conceptos de informalidad y marginalidad y su vinculación interna con el sistema económico concentrador y excluyente.

En el Capítulo Décimo se pondera el aporte del sistema económico monopolista al desarrollo de la productividad de los recursos humanos, a través de la automatización, la robotización y de la industria inteligente. Además, se explica cómo estos avances están induciendo cambios importantes en los estilos y la calidad de vida, en la organización social, en la reducción de los accidentes, así como en la cultura y en las actividades profesionales y del hogar.

En el Capítulo Once se explica cómo la cuarta revolución tecnológica tiende a agudizar el desempleo tecnológico y la marginalidad, y a acentuar el rápido crecimiento de la población, generando mayores incertidumbres, cuestionamientos, y estrés laboral y social. Se analiza la necesidad de las corporaciones transnacionales de exportar las contradicciones y desigualdades, mediante la globalización de la economía.

Para concluir, en el Capítulo Doce se plantea que el gran reto del presente siglo consiste en reducir las desigualdades sociales. Se resumen las principales características del sistema y las formas cómo aplica la ley de la reproducción de la desigualdad, y se recomienda profundizar en el origen y las causas de la desigualdad social, instaurar un Estado de bienestar participativo, y diseñar un modelo de desarrollo humano integral y sostenible.

Esperamos que este esfuerzo constituya un paso en la dirección correcta, como nuestro mejor testimonio y contribución a las presentes y futuras generaciones, ante el reto ineludible de avanzar hacia una sociedad más justa, inclusiva y sostenible.  

Agradezco la paciencia y la dedicación de mi querida esposa Loly, por su constante estímulo, y su valiosa ayuda mediante la lectura de las dos últimas versiones de la presente obra. También a mis tres hijos, Sonia, Otto y Elsa Amelia, y a mis nietos, Gabriela Patricia, María Laura y Luis Eduardo, por su apoyo y comprensión por el tiempo que les he robado. De igual forma, agradecer a los hermanos y cuñadas que ayudaron con ideas y libros, así como a cientos de profesores, profesionales y alumnos de diversos disciplinas y países de América Latina quienes, de una forma u otra, alentaron mis inquietudes y cuestionamientos sobre el tema y contribuyeron a una mayor comprensión y compromiso frente al reto de analizar las desigualdades sociales desde la óptima de la economía política.       

Arismendi Díaz Santana

Enero, 2018.

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[1] CEPAL, Horizonte 2030, la igualdad en el centro del desarrollo sostenible

[2] https://www.forbes.com.mx/los-20-millonarios-globales/

[3] https://eacnur.org/blog/el-analfabetismo-en-el-mundo/

[4] OXFAM, Cinco datos escandalosos sobre la desigualdad extrema global

[5] Thomas Piketty, El Capital en el Siglo XXI, Pág. 281-282

[6] Joseph Stiglitz, El Precio de la Desigualdad, Punto de Lectura, 2013, Pág. Iii. La Edad Dorada se refiere al período de reconstrucción, crecimiento y expansión territorial posterior a la Guerra de Secesión, en pleno auge de la Segunda Revolución Industrial.

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