El futuro incierto de los pensionados[1]
Arismendi Díaz Santana[2]
Con un aporte del 10%[3] para pensión, un trabajador con un salario promedio de 1,000[4] mensual, cotiza 100. Si estos aportes se invierten y capitalizan a una tasa de interés del 5%[5] anual, al cabo de 360 meses, habrá acumulado 83,226: 36,000 como aportes, más 47,226 como intereses, asumiendo cero inflación. Nótese que los intereses superan a los aportes[6].
Si al momento de su retiro, este trabajador típico recibe una pensión mensual del 80%, la misma sería de 800 (1,000×80%), con un costo anual de 10,400, incluyendo el pago adicional de navidad. Asumiendo un promedio de 15 años como jubilado, el costo de por vida será de 156,000 (10,400×15). Pero como sólo acumuló 83,226, el sistema arroja un déficit de 72,774.
Reducción progresiva de la capacidad de ahorro e inversión
Pero en la vida real, lo que es un superávit para unos, necesariamente constituye un déficit para otros. El fondo acumulado de 83,226 del ejemplo apenas cubre 8.0 años de pensión. A partir de ese momento de inflexión, se necesitan 8.66 cotizantes activos con salarios de 1,000 para continuar pagando la pensión mensual de 866.67 (10,400/12), durante los 7.0 años restantes.
¿Cómo afecta a los 8.66 cotizantes activos tomar su aporte mensual? Les reduce su capacidad de ahorro e inversión, disminuyendo notablemente el fondo acumulado al momento del retiro. Concretamente, a cada uno le quitarán 8,390 (1,200×7), con lo cual al retirarse sólo dispondrán de 27,600 (36,000-8,390).
Al final los intereses se reducen a unos 36,207, y la acumulación del fondo baja a solo 63,807, con una reducción neta de 19,419, un 23.3% menos. Como el costo total de la pensión continúa siendo 156,000, ahora el déficit aumentará a 92,193 (63,807-156,000) y los 63,807 apenas cubrirán 6.14 años, debiendo el sistema subsidiar los restantes 8.86 años.
Si todo sigue igual, ahora los 8.66 cotizantes serán privados de sus aportes mensuales durante 8.9 años, casi dos años más que la generación anterior. Su cuenta de ahorro para el retiro disminuirá en 10,680, por lo que solo les quedarán 25,320 (36,000-10,680). Con suerte los intereses bajarán a solo 33,215 y el fondo acumulado a 58,536, monto que apenas alcanza para cubrir 5.6 años, quedando en el aíre 9.4 años de su pensión.
Este proceso regresivo continúa su agitado curso, generación tras generación, sin enfrentar el problema de fondo, agotando la capacidad de ahorro y acumulación, hasta llegar a un punto de inflexión en que el ahorro desaparece totalmente.
¿Qué sucede cuando los pensionados son más y viven más?
Hasta aquí el déficit resulta “manejable” porque las cotizaciones y el fondo acumulado remanente todavía superan la nómina de los pensionados, la etapa de la gallina de los huevos de oro. Pero el desarrollo económico y social trae consigo dos grandes avances: el aumento de la esperanza de vida y de la cantidad de pensionados.
Obviamente, el costo total del retiro se eleva con el aumento de la longevidad, prolongando la vida de los jubilados. Este gran progreso de la humanidad, acelera el déficit operativo del sistema, incluyendo un costo mucho mayor del cuidado de la salud de los envejecientes.
En adición, el desequilibrio se agudiza cuando los pensionados crecen más rápido que los cotizantes. Por ejemplo, si en vez de 8.66 solo tenemos 6 aportantes por jubilado, su aporte mensual sólo totaliza 600 (6×100), monto que no alcanza para cubrir los 866 de la pensión promedio.
Y el peor de los escenarios es cuando se combinan el disfrute de una mayor esperanza de vida con el aumento de los jubilados en relación a los cotizantes. En esa situación, el sistema de reparto entra en una etapa crítica, porque para pagar las pensiones ya agotó las reservas y las cotizaciones resultan insuficientes.
Los contribuyentes pagamos los platos rotos
La aceleración del déficit obliga a una de estas tres opciones: 1) aumentar los ingresos, elevando los años y el porcentaje de aporte y/o reclamando subsidios fiscales; 2) reducir las pensiones o su poder adquisitivo, y 3) combinar las dos. Esa es la situación actual de Europa y de los sistemas de reparto más envejecidos de Latinoamérica.
Debido al alto costo político implícito en cualquiera de estas soluciones, cada gobierno impone parches para reducir el desequilibrio, traspasando la solución estructural a los siguientes, y éstos a su vez, hacen lo mismo, de generación en generación, hasta que explota la burbuja previsional.
El sistema justifica el uso de los aportes ajenos apelando a la llamada “solidaridad intergeneracional”. Falso, porque el concepto de solidaridad social necesariamente implica, la transferencia de recursos de quienes tienen más hacia los más necesitados. Y eso no es lo que ocurre ya que cuando los actuales cotizantes “solidarios” se jubilen recibirán iguales prestaciones, por lo que no transfieren nada a nadie.
Entonces, ¿quién paga los platos rotos? La mayor carga termina recayendo sobre el Estado a través de subsidios que, obviamente, pagan los contribuyentes, incluyendo los más pobres, quienes no se benefician del sistema. En Brasil el quintil con pensiones más altas concentra el 30% del subsidio, mientras el quintil con las pensiones más bajas, apenas recibe el 4% del aporte de todos los contribuyentes.
¿Cuál es el futuro de un sistema que entrega más que lo que recibe?
Este desequilibrio financiero tiene su origen en la falta de correspondencia entre el porcentaje de cotización (10%) y una tasa de remplazo del 80% (o porcentaje de la pensión). Como demostramos, se requieren 8.66 meses de aporte para asegurar UN mes de pensión. Aun asumiendo ahorro e inversión, apenas se llega a cubrir la mitad de la jubilación. Para eliminarlo o se aumenta el porcentaje de aporte, o se reduce la tasa de reemplazo.
El otro factor es la falta de correspondencia entre los años de cotización (30) y los años de pensión (15). En estas condiciones, la sostenibilidad financiera presupone que cada dos años el trabajador aportará lo suficiente para cubrir un año de pensión. Pero ya vimos que eso no es así.
Este trabajador promedio aporta sólo 2,400 (100x12x2) cada dos años, monto muy inferior a la pensión anual de 10,400. En consecuencia, o los años de aporte son pocos, o los años de pensión resultan muchos, con el agravante de que, mientras los años de aporte permanecen invariables, los años de pensión aumentan constantemente con la longevidad.
Estos desequilibrios reducen la calidad de vida de todos los envejecientes y crea una deuda fiscal eterna que pagan los contribuyentes, incluso los más necesitados. Ese es el costo social de cualquier sistema de pensión que pretenda ignorar los avances de la ciencia y la tecnología. Pero, ni siquiera los grandes imperios han podido detener el curso natural de la historia. ADS/04/08/2021
Envío gratuito versión ebook a académicos, estudiantes y periodistas, solicitándolo al correo arismendi.diaz@gmail.com
[1] Resumen basado en el libro PENSIONES DIGNAS Y SOSTENIBLES PARA TODOS, Los grandes retos de la longevidad, mayo 2020, disponible en Amazon
[2] Consultor Internacional en Seguridad Social. Primer Gerente General del Sistema Dominicano de Seguridad Social (SDSS)
[3] Se asume que ese 10% de aporte se destina exclusivamente al fondo de retiro.
[4] Se asume que el salario es real, libre de inflación y que se mantiene constante todo el período.
[5] Se asume una tasa de rentabilidad del 5% real durante los 30 años
[6] A largo plazo los intereses se convierten en el principal componente del fondo de retiro, recurso que disminuye y luego desaparece cuando se elimina el ahorro y la inversión